viernes, 17 de julio de 2009

AÑO SACERDOTAL
Convocado por Benedicto XVI a partir del 19 de junio con motivo del 150 aniversario de la muerte de san Juan María Bautista Vianney, el Santo Cura de Ars hasta el 19/06/2010
Indulgencias especiales durante el Año Sacerdotal
Un decreto de la Penitenciaría Apostólica publicado hoy explica las condiciones
CIUDAD DEL VATICANO, martes 12 de mayo de 2009 (ZENIT.org).- Los sacerdotes y fieles que realicen unos determinados ejercicios de piedad durante el Año Sacerdotal recibirán la indulgencia plenaria.
Así informa un decreto hecho público hoy por la Oficina de Información de la Santa Sede, firmado por el cardenal James Francis Stafford y el obispo Gianfranco Girotti, O.F.M. penitenciario mayor y regente de la Penitenciaría Apostólica, respectivamente.
La Iglesia celebrará el Año sacerdotal del 19 de junio de 2009 al mismo día del año siguiente con motivo del 150 aniversario de la muerte de San Juan María Vianney, Cura de Ars.
El Año Sacerdotal empezará el 19 de junio, solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, con la celebración, presidida por el Papa, de las Vísperas ante las reliquias de San Juan María Vianney, llevadas a Roma por el obispo de Belley-Ars.
Benedicto XVI concluirá el "sagrado periodo" un año después en la Plaza de San Pedro con sacerdotes de todo el mundo, que "renovarán la fidelidad a Cristo y el vínculo de fraternidad", según el texto.
El decreto explica detalladamente las modalidades para la obtención de las indulgencias.
En primer lugar, podrán obtener la indulgencia plenaria los sacerdotes que "arrepentidos de corazón", recen cualquier día las Laudes o Vísperas ante el Santísimo Sacramento expuesto a la adoración pública o en el sagrario y, siguiendo el ejemplo de San María Vianney, se ofrezcan para celebrar los sacramentos, sobre todo la Confesión, "con espíritu generoso y dispuesto".
El texto señala que los sacerdotes podrán beneficiarse de la indulgencia plenaria aplicable a otros sacerdotes difuntos como sufragio, si en conformidad con las disposiciones vigentes se confiesan, comulgan y rezan por las intenciones del Papa.
También recibirán indulgencia parcial, siempre aplicable a los hermanos en el sacerdocio difuntos, "cada vez que recen oraciones debidamente aprobadas para llevar una vida santa y cumplir los oficios que se les han confiado".
Por otra parte, todos los cristianos podrán beneficiarse de la indulgencia plenaria siempre que "arrepentidos de corazón" asistan a la Santa Misa y ofrezcan por los sacerdotes de la Iglesia oraciones a Jesucristo y cualquier obra buena.
Todo ello complementado con el sacramento de la confesión y la oración por las intenciones del Papa "los días en que se abre y se clausura el Año sacerdotal, el día del 150 aniversario de la muerte de San Juan María Vianney, los primeros jueves de mes o cualquier otro día establecido por los Ordinarios de los lugares para la utilidad de los fieles".
Los ancianos, los enfermos y todos aquellos que por motivos legítimos no puedan salir de casa, también podrán obtener la Indulgencia plenaria, si con ánimo alejado del pecado y el propósito de cumplir las tres condiciones necesarias tan pronto como les sea posible, "en los días indicados rezan por la santificación de los sacerdotes y ofrecen a Dios por medio de María, Reina de los Apóstoles, sus enfermedades y sufrimientos".
El decreto indica que se concederá la Indulgencia parcial a todos los fieles cada vez que recen cinco Padrenuestros, Ave Marías y Glorias, y otra oración debidamente aprobada "en honor del Sagrado Corazón de Jesús para que los sacerdotes se conserven en pureza y santidad de vida".
El texto señala que el santo Cura de Ars "aquí en la tierra fue un maravilloso modelo de verdadero pastor de la grey de Cristo".
También destaca que las indulgencias pueden ayudar a los sacerdotes, junto con la oración y las buenas obras, a obtener "la gracia de resplandecer con la fe, la esperanza, la caridad y las demás virtudes" y "mostrar con su conducta de vida, también con su aspecto exterior, que están plenamente dedicados al bien espiritual de la gente".

Obtenido de la Página P. Javier Leoz


LA CLAVE DE LA FELICIDAD!
La felicidad verdadera y profunda es mucho más que solo aprender a disfrutar las cosas pequeñas y cotidianas, o aceptar nuestras cualidades y limitaciones.
La época que nos ha tocado vivir tiene una obsesión por el bienestar y el placer, que a veces son confundidos con la felicidad. Podemos caer fácilmente en la trampa de buscar la felicidad por medio de los bienes materiales, o por el reconocimiento social.Si creemos que está en nosotros mismos la solución para la felicidad, por supuesto terminaremos solos en esta búsqueda. La felicidad verdadera y profunda es mucho más que solo aprender a disfrutar las cosas pequeñas y cotidianas, o aceptar nuestras cualidades y limitaciones. Una actitud positiva ayuda, pero no es necesariamente la llave para la felicidad.Cuando volvemos la mirada a Dios, encontramos la única felicidad verdadera. Desde el Antiguo Testamento las Sagradas Escrituras nos dicen que es feliz quien ama a Dios, quien le busca y espera en Él (Sal 2, 12; 34, 9; 40, 5; 84, 13; 112, 1; Prv 16,20;28, 14;Ec/34, 15;Is30, 18; Tob 13, 14.) La felicidad, en último término, reside en la comunión con Dios y en Dios como persona (Sal 73, 25).Jesús es una auténtica puerta a la felicidad y a la esperanza. Recordemos sus palabras cuando nos explica que son felices “Quienes escuchan la palabra de Dios” (Lc 11, 28), “Quienes creen sin haber visto” (Jn 20, 29), “Quienes practican la caridad con los necesitados” (Lc 14, 14), “Los humildes y serviciales con sus hermanos” (Jn 13, 17) San Juan Crisóstomo decía que las riquezas no proporcionan felicidad ninguna cuando el alma vive en la pobreza. La felicidad, la dicha, no se tiene por las riquezas, ni por el poder, la autoridad o la dignidad. Tampoco por la sabiduría. Estos atributos no contienen la felicidad.
El Beato Josemaría Escrivá escribió que “El abandono en la Voluntad de Dios es el secreto para ser feliz en la tierra.—Di, pues: «meas cibus est, ut faciam voluntatem ejus»—mi alimento es hacer su Voluntad.” (Camino 766)
Nunca debemos olvidar como cristianos, que la verdadera felicidad no se encuentra en esta tierra ni en esta vida, sino en la salvación del alma. Jesús nos ha mandado desear los bienes divinos más, querer el cielo.
No podemos aspirar a la felicidad “en solitario”. Jesús es el amigo que nunca olvida, el consuelo siempre presente. Él nos explicó cómo podemos reconciliarnos con Dios y llenar nuestra vida de alegría. Con Él podemos encontrar la auténtica felicidad. Ligado al tema de la felicidad, siempre está el concepto del sufrimiento. Jesús, es bueno recordarlo, era verdaderamente Dios y verdaderamente hombre. Nuestro Señor Jesucristo conoció el hambre, la sed, el cansancio. A Dios no le es ajeno nuestro sufrimiento. Sin embargo no olvidemos que para los católicos, el sufrimiento y la prueba tienen un sentido. Cada vez que experimentamos contradicciones, tristezas, traiciones, son momentos de gran valor en nuestras vidas en los que podemos recordar a Simón de Cirene, que le ayudó a Jesús con el peso de la cruz. Cuando experimentamos penas y dolor o enfermedad, tenemos la oportunidad de convertirnos en Cirineos que ayudan a Jesús con la cruz.
Si vemos el mundo con ojos humanos, terminaremos sin entender por qué del sufrimiento. Pero si impregnamos nuestra vida de Dios, comenzaremos a ver las cosas de un modo distinto. Por contradictorio que pudiera parecernos, el sufrimiento es uno de los caminos de la felicidad cristiana, porque el sufrimiento a la luz de la cruz nos acerca a Jesús.
Dios espera que seamos cristianamente felices, y eso lo podemos lograr en nuestra vida ordinaria. Acercarse a Dios es encontrar la felicidad, y a Él se le puede encontrar en todos los momentos de nuestras vidas: en el taller, en la oficina, en la escuela, en la casa. Si nos vamos haciendo conscientes de la intervención permanente de Dios en nuestras vidas, iremos conociéndolo. Conocer a Dios es amarlo, y no hay un medio más seguro para la felicidad que amar a Dios, que cumplir Su voluntad. ¿Cuántas veces hemos visto el sufrimiento de nuestra vida en el pasado para finalmente entender que era necesario para obtener un bien mayor?
La llave de la felicidad está sintetizada en los dos mandamientos fundamentales: Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo.Cuando toda nuestra atención está volcada hacia nosotros mismos, encontraremos abundantes motivos de tristeza y contradicción. Quien es egoísta y solo piensa en si mismo, va haciendo su vida solitaria y deja de encontrar sentido en las contradicciones que le aquejan. En cambio, quien vuelca su vida a los demás estará pendiente de auxiliar, de solidarizarse con el dolor ajeno. Y, extraordinariamente, al dejar de vernos a nosotros mismos sino de amar hacia fuera y volcarnos a los demás, nuestros propios problemas y sufrimientos se vuelven menos importantes. El gran antídoto contra el egoísmo es la caridad. Y la caridad es un camino a la felicidad en la que vamos de la mano como hermanos con quienes nos rodean.Si queremos felicidad “instantánea” terminaremos llenos de frustración. La felicidad “de aspirina” no existe. Solo Dios, Trino y Uno es la felicidad verdadera. Conocerle y enamorarse de Él es un proceso que no ocurre de la noche a la mañana. Pero si nos acercamos a Jesús, Él nos abrirá las puertas del cielo.
Conozcamos a Jesucristo leyendo el Evangelio, reconozcamos cómo impregna nuestras vidas y llevemos vidas rectas y apegadas a la voluntad de nuestro Padre.
Pidámosle a la Santísima Virgen, fiel intercesora nuestra, que nos enseñe el camino de la cruz de esta vida para convertirlo en camino de felicidad. Ella nos mostrará cómo un camino lleno de espinas puede convertirse en un camino cubierto de pétalos cuando lo empecemos a recorrer con Jesús.
Obtenido de la Página Web: www.encuentra.com



ORACION POR LOS SACERDOTES
Señor Jesús:
En San Juan María Vianney Tu has querido dar a la Iglesia la imagen viviente y una personificación de tu caridad pastoral.Ayúdanos a bien vivir en su compañía, ayudados por su ejemplo en este
Año Sacerdotal.Haz que podamos aprender del Santo Cura de Ars delante de tu Eucaristía; aprender cómo es simple y diaria tu Palabra que nos instruye, cómo es tierno el amor con el cual acoges a los pecadores arrepentidos, cómo es consolador abandonarse confidencialmente a tu Madre Inmaculada, cómo es necesario luchar con fuerza contra el Maligno.